"¿Está Cuba al borde de una explosión popular?"Publicado por Patria Pueblo y Libertad.

lunes, 20 de diciembre de 2010

 
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Es posible. Hace unos días en Santa Clara –centro de la isla– cientos de jóvenes frustrados por no poder ver la transmisión de un partido de futbol por el que habían pagado gritaron consignas contra el gobierno. La policía reaccionó con cautela. Casi simultáneamente en Bayamo –extremo oriental de Cuba– el transporte se paralizó por una huelga de cocheros que protestaban por los nuevos impuestos. Días después la dictadura cedió a sus demandas. En Marianao –La Habana– el pasado 7 de septiembre los vecinos salieron de sus casas a insultar a la policía que estaba arrestando a los miembros del CID (Cuba Independiente y Democrática), que en forma pacífica fundaban la delegación del barrio. Los policías demostraron nerviosismo.


Estos y otros acontecimientos hacen creer a muchos que el fin del régimen castrista se acerca. Otros insisten en que el régimen aplastará brutalmente cualquier rebelión. Los “expertos” especulan que son síntomas de descontento apolítico que no se sabe a dónde pueden conducir. Quizá todos tengan un poco de razón.


Responder si Cuba está al borde de una explosión popular no es fácil. Para intentarlo hay que poner freno a las emociones y esperanzas. Luego analizar las experiencias del fin del comunismo en otros países; indagar sobre los elementos que determinan la conducta colectiva de los grupos y estar al tanto de lo que se conoce sobre el totalitarismo, su ascenso y su decadencia.


Jean Kirkpatrick en su libro “Dictatorship and Doble Standards” señaló que al llegar al poder el objetivo prioritario del totalitarismo es convertir la ideología en cultura. Los métodos para lograr este fin van desde la sutileza del adoctrinamiento, al arresto y el aniquilamiento o exilio de los portadores de la cultura que hay que destruir. En la medida en que el totalitarismo logra su fin, el individuo se reprime a sí mismo. En esas circunstancias la violencia estatal toma formas más sutiles.


La historia ha demostrado que el proceso es reversible. Ante sus crisis de legitimidad, las dictaduras comunistas han tomado caminos diferentes. Mao orquestó una “revolución cultural”, lanzando a las calles a millones de jóvenes para purgar a los revisionistas. Las turbas persiguieron a los enemigos dentro y fuera del partido hasta su sumisión o su muerte; en muchos casos, el arrepentimiento no evitó el asesinato. Corea del Norte ha preferido la represión permanente.


Mao pudo desatar una purga masiva porque tenía el control de la juventud china. Quienes conocen de cerca a Raúl Castro saben que no dudaría un segundo en provocar un baño de sangre. Pero en Cuba el régimen no cuenta con los jóvenes; por el contrario, son sus acérrimos enemigos. Además, una purga maoísta o el modelo represivo norcoreano son incompatibles con la industria turística de la que depende el castrismo para sobrevivir.


Otros regímenes comunistas descartaron la economía del comunismo por la del capitalismo, sin construir una democracia. Es el caso de Rusia y el de la China postmaoísta; no es el de Polonia, Hungría y otras naciones donde la empresa privada y la democracia han progresado simultáneamente.


Alguna variante de este fascismo capitalista parece ser la preferencia de Raúl Castro y su pequeño grupo. Mientras van dando tumbos en el intento, quieren evitar una explosión popular. Esto explica la dosificación represiva con que manejan el descontento del pueblo y las actividades de la oposición. Temen que la represión desmedida pueda provocar una reacción que se vuelva incontrolable. Si el régimen fuese hábil en colocarle el nuevo lazo al pueblo, la dictadura prolongará su existencia. Si fracasa, una explosión popular no puede descartarse. Su éxito dependerá en gran parte en que el exilio cubano y la oposición hayan cumplido su tarea.

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