MATARON A LAURA,PERO NUNCA MATARAN SU SUEÑO DE LIBERTAD.Por Alfredo M. Cepero.Director de La Nueva Nacion.

viernes, 21 de octubre de 2011


La noticia de la muerte repentina de Laura Pollán corrió como una avalancha de lava sobre un pueblo cubano acostumbrado ya a la represión y al ensañamiento de nuestra asquerosa tiranía contra todo el que se oponga a su control absoluto. Después de todo, en el curso de su prolongada orgía de sangre estos carniceros han fusilado a miles de nuestros compatriotas y asesinado a hombres y mujeres indefensos cuyo único delito ha sido pedir elecciones, democracia y libertad para el pueblo de Cuba.

Pensábamos que ya nada debería de asombrarnos. ¿Se atreverían a asesinar a una mujer amorosa, espiritual y conciliadora cuyas armas eran las de la oración y de la flor? Eso nos parecía tan inaudito que, a pesar de la condición bestial y rufianesca de los tiranos, nunca nos pasó por la mente. Pero lo hicieron en un despliegue de su mas absoluta falta de principios morales y de un despreció olímpico hacia la opinión pública mundial. No pudieron doblegar ni la dimensión de su coraje ni la profundidad de su entrega a la salvación de la patria. Cortaron por lo sano y decidieron eliminar lo que era el mayor obstáculo a su permanencia en el poder propinándole una muerte artera, dolorosa y lenta como solo son capaces de hacerlo los enfermos de odio.

Pero ahí no terminó la bajeza ni la cobardía. Trataron de impedir que Héctor, su dedicado compañero de lucha y de infortunio, la acompañara en su último viaje hacia la morgue, la cambiaron varias veces de vehículo para que el pueblo no pudiera seguir su cadáver y solo permitieron un velatorio de corta duración en la modesta casa que fue escenario de su rebeldía irreductible. Son unas bestias y como bestias recibirán el justo castigo por sus crímenes en un día de redención que ya está a la vuelta de la esquina. Si los sobrevivientes no le hacemos justicia a Laura no merecemos llamarnos patriotas, ni cubanos ni, mucho menos, hombres.

Este 14 de octubre de 2011 será para siempre un punto de referencia en nuestra lucha por la libertad. Porque este 14 de octubre, los tiranos—después de inocular a Laura con el virus o la bacteria que segó su vida—mataron toda posibilidad de transición pacífica hacia un régimen de concordia entre todos nosotros. Habrá transición, sin dudas, pero no pacífica sino ejemplarizante y justiciera para quienes tengan las manos manchadas con la sangre de Laura, de Zapata, de Boitel, de Ramírez, de Tapia, de Campanería, de Prieto y de la pléyade de mártires a los que rinde merecido tributo cada semana en La Nueva Nación nuestro colega Tito Rodríguez Oltsman.

A aquellos que se resistan a dar credibilidad a la presunción generalizada de que con Laura se cometió un asesinato político, les ofrecemos dos ejemplos recientes y notorios de los extremos a los cuales llegan los comunistas para eliminar todo vestigio de amenaza a su poder. En noviembre de 2006, el periodista ruso exiliado en Londres Alexander Litvinenko, acerbo crítico del matón de Putin, fue envenenado con plutonio210, ingrediente al que solo tiene acceso los gobiernos y no los terroristas por la libre.

Dos años antes, en noviembre de 2004, el líder ucraniano Viktor Yushchenko fue también envenenado por sus adversarios en las elecciones de Ucrania quienes, no precisamente por casualidad, eran apoyados por ese asesino con cara de mico que es Vladimir Putin. ¿Podemos pensar que los alumnos cubanos de las escuelas de represión y espionaje soviéticos fueran a desperdiciar esa valiosa lección sobre como eliminar las amenazas a sus privilegios y poder omnímodo? ¿Puede haber diferencia alguna entre las naturalezas diabólicas de Putin y de los Castro? Quienes respondan en forma afirmativa a cualquiera de estas dos preguntas son unos mentecatos o unos sinvergüenzas.

Ahora una nota reciente sobre mi relación con Laura que comenzó cuando nuestro Partido Nacionalista Democrático de Cuba designó a su esposo, el Ingeniero Héctor Maseda, uno de nuestros Paladines de la Libertad en abril del año 2008. Una semana antes de su muerte tuve la satisfacción de leerle por vía telefónica mi Canto a las Damas de Blanco. En el curso de la conversación le dije: “Laura, usted y las demás Damas de Blanco se han convertido en una leyenda viva”.

Con su característica modestia y ese dejo oriental que nunca la abandonó me contestó: “Cepero, usted exagera cegado por el afecto. No es para tanto, solo tratamos de cumplir con nuestro deber”. Así era aquel espíritu sublime que cumplía el deber a la manera del más grande de nuestros cubanos. Tengo la absoluta certeza de que, en este mismo momento, ambos comparan notas desde esa dimensión de fe, esperanza y amor que es el cielo para ayudarnos a acelerar el paso hacia nuestro inminente amanecer de libertad.

Pero ese camino hacia la libertad tenemos que andarlo con nuestros propios pies. Sería injusto y torpe dejarlo todo en sus manos. Una libertad regalada, aún cuando fuera producto de un milagro, nos duraría muy poco tiempo. Si queremos que perdure y que esté a salvo de demagogos y de dictadores, nosotros tenemos que ser los arquitectos y los guardianes de nuestra libertad, de nuestra democracia y de nuestra patria.

Los cubanos de la diáspora tenemos una responsabilidad especial denunciando ante el mundo con renovada intensidad que, en pleno Siglo XXI, hay una isla paradisíaca en medio del Caribe convertida en un infierno por unos verdugos implacables que asesinan mujeres pacíficas. Tenemos que enfrentar los retos y aprovechar las armas que nos proporcionan nuestra vida en libertad. Tenemos, por ejemplo, que denunciar las alianzas de gobiernos, instituciones y personajes que prolongan la vida de la moribunda tiranía. Tenemos que castigarlos con las armas de nuestros votos y de nuestro poder como consumidores.

Una labor destacada corresponde a nuestros senadores y congresistas federales quienes han defendido siempre nuestra libertad en esa Torre de Babel que es el Capitolio de Washington a pesar de condiciones muchas veces hostiles. Los senadores Marco Rubio y Robert Menéndez, conjuntamente con los congresistas Ileana Ros-Lehtinen, David Rivera, Mario Diaz Balart y Albio Sires, deben presentar un proyecto de ley que declare y condene de manera oficial la naturaleza criminal y diabólica de la tiranía castro estalinista.

El asesinato de Laura es el momento oportuno y no debemos permitir que este crimen pase desapercibido o pase al olvido sin proporcionar los dividendos para nuestra libertad que ella hubiera querido. Pónganle por nombre Proyecto de Ley Laura Pollán Toledo, víctima de la tiranía castrista. No importa si el proyecto es aprobado o no. Lo importante es denunciar a la satrapía, dar testimonio de nuestra voluntad de seguir luchando y saber quienes en esa cueva de los intereses materiales, de la desidia y de la intriga están con nosotros o contra nosotros. Sobre todo, algunos “hermanos hispanos” como José Serrano, Hilda Solís, Esteban Torres y Xavier Becerra que nos echan en cara nuestra falta de apoyo a los problemas de inmigración de los mexicanos pero se van a La Habana a besarle el anillo de sumo sacerdote del antiyankismo al dinosaurio de Fidel Castro.

Y no puedo concluir sin mencionar al mejor aliado ideológico que han tenido los Castros como residente de la Casa Blanca, el engreído Presidente Obama, y a sus amigos y partidarios cubanos americanos. A estos compatriotas se les acabaron, las cercas y las licencias y les llegó la hora de las definiciones. Tienen todo el derecho a abrirle sus arcas y sus hogares para ayudarlo en su campaña de reelección. Tienen todo el derecho a condecorarlo con Medallas Presidenciales del Miami Dade College. Esa es después de todo la naturaleza de la democracia en que vivimos y la que queremos restaurar un día en Cuba.

Pero, por amor de Dios, de Cuba y de Laura, tengan la vergüenza de susurrarle al oído, si no tienen los bemoles para decírselo en voz alta, que tiene que dejar darle oxígeno a la tiranía con sus concesiones y sus genuflexiones o, de lo contrario, le retiraran su apoyo. Si no lo hacen son unos hipócritas o unos oportunistas que podrán estar llenos de títulos, talentos y méritos pero no pueden proclamar su amor a nuestra patria. No importa cuantas marchas convoquen para honrar a las Damas de Blanco. Ahora les mataron a la fundadora y líder de ese batallón de vergüenza que se ha hecho cargo a solas de la defensa de nuestra libertad. En buen cubano, tienen que ponerse para su número o callarse la boca para siempre si no quieren que un día les disparen una soberana trompetilla.

En conclusión se acabó el tiempo, se acabó la paciencia y se acabaron los términos medios. El asesinato de Laura Pollán fue la gota que llenó el cubo de nuestra condescendencia no solo hacia los tiranos sino hacia todo el que contribuya a su permanencia en el poder, no importa en que forma, de donde venga, por que lo hace o donde nació. Laura dio su vida por el sueño de nuestra libertad. Un sueño aún más vivo porque ha sido regado con su sangre generosa y heroica. A nosotros nos corresponde hacerlo realidad tangible. Si no lo hacemos no merecemos tener patria. Amen.

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