"LECCION DE VIDA"

jueves, 23 de agosto de 2012

Una mañana nuestro nuevo profesor de Introducción al Derecho entró en nuestra aula universitaria y lo primero que hizo fue preguntar el nombre a un alumno que estaba sentado en la primera fila:


--¿Cómo te llamas?

-- Me llamo Juan Carlos, profesor.

-- Pues quiero que te largues de mi clase y no quiero que vuelvas a matricular otro curso impartido por mí — dijo el profesor casi gritando.

--Pero, profe…

--¡Largo de aquí!

Juan Carlos, desconcertado, se levantó torpemente, recogió sus cosas y salió del aula. El resto de los estudiantes nos quedamos perplejos e indignados, pero nadie dijo nada.

El profesor se volteó hacia nosotros y preguntó:

--¿Para qué sirven las leyes?

Todos estábamos asustados, pero logré sobreponerme al miedo y dije:

--Para que haya orden en la sociedad.

--¡No!— gritó el profesor.

--Las leyes se hicieron para cumplirlas—dijo con voz trémula una compañera de clase.

--¡No!-- volvió a rugir el profesor.

--Para que los delincuentes paguen por sus fechorías—dijo otro de mis compañeros.

--¡Tampoco, tampoco!—expresó el profesor con molestia-- ¿Será que nadie sabe responder esa pregunta?

--Las leyes sirven para que haya justicia—dijo tímidamente una chica.

--¡Por fin!—exclamó el profesor--. Eso es, para que haya justicia, muy bien. ¿Y para qué sirve la justicia?

Todos los estudiantes nos sentíamos molestos por su actitud déspota y grosera. Sin embargo, nadie protestaba. Uno de mis compañeros levantó una mano.

--Para salvaguardar los derechos humanos.

--¿Y para qué más?—indagó el profesor.

--Para discriminar lo malo de lo bueno—dijo otra estudiante--. Para premiar a quienes hacen el bien.

--No está mal, pero quiero algo más concreto—dijo el profesor--. Díganme ¿actué correctamente al expulsar a Juan Carlos?

El aula se quedó en silencio.

--¡Quiero que respondan a mi pregunta!—ordenó el profesor.

--¡No!—contestamos a coro.

--¿Les parece que cometí una injusticia?

--Sí—respondimos todos a la vez.

--¿Y por qué no dijeron nada?—preguntó el profesor-- ¿Para qué queremos leyes y regulaciones si no disponemos de la valentía para hacerlas cumplir? Cada uno de ustedes tiene la obligación de actuar contra las injusticias. Todos tiene esa obligación y ese deber. ¡No vuelvan a quedarse callados nunca más ante algo mal hecho!

Después se viró hacia mí y me dijo:

--Vete a buscar a Juan Carlos. Está en la rectoría.

Camino de la rectoría me di cuenta de que el profesor nos había dado una magistral clase de enseñanza activa.

En la noche, mientras cenaba con mis padres y conversábamos sobre mi futuro, miré fijamente a mi padre y le dije: “Hoy he aprendido algo muy valioso: que cuando no defendemos nuestros derechos y callamos ante la injusticia perdemos la dignidad y que la dignidad no es negociable”.

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