viernes, 16 de abril de 2010
Por Sironay González Rodríguez
En Cuba todas las escuelas e instituciones de enseñanza son propiedad del Estado, al cual no hay que pagarle a fin de mes, ninguna suma de dinero por la instrucción que se recibe en sus centros educacionales. El Estado financia la educación. Al final te haces universitario o técnico y no tuviste que gastar ni un centavo en las escuelas donde te formaste. Pero sí hay un precio, hay que pagar con algo todo el conocimiento que recibiste, algo que te convierte en eterno deudor del gobierno: pagas con tu libertad.
El llamado alumno integral, surge en un momento en que había que haber trabajado más en la ortografía o en las matemáticas de los estudiantes preuniversitarios, para acceder a la universidad. Una larga lista de objetivos a vencer se les entregaba a los jóvenes que querían ingresar en los estudios superiores, que de no cumplir se les retiraba el derecho a la carrera. No solo tenías que tener buen promedio académico, sino que en esta lista se incluía una serie de actividades que realmente no tenían que ver nada con los requisitos que normalmente debe tener un estudiante para optar por una carrera. Trabajar en las escuelas en el campo, trabajos voluntarios, hacer guardias de noche en las escuelas internas, participar en actos políticos y aprobar asignaturas nuevas como Preparación para la defensa, eran retos que debían desafiar ya los nuevos estudiantes para poder realizar sus sueños.
Desde ese entonces hasta hoy, muchos han sido los que se quedaron con deseos de estudiar una carrera y tuvieron que optar por otra porque simplemente, no fueron integrales. Jóvenes con problema de salud que les imposibilitaba trabajar en el campo o que su fe no les permitía ir a actos políticos o eran tímidos como para participar en un matutino, han sido despachados de las escuelas con sus sueños convertidos en pesadilla a pesar de tener brillantes notas.
Estos estudiantes, la mayoría sin saberlo, no entraron en el canje de conocimientos por eterna servidumbre que ofrece nuestro Estado. Para ser un buen profesional debes ser, o por lo menos aparentar ser, un buen revolucionario, así es como funciona.
El llegar a ser un buen profesional, no solo necesita de ser catalogado como integral. A la vez que alguien se gradúa ya queda a disposición del ministerio superior que dirige la rama en la que se va a desempeñar. Este te exige que para que un título tenga validez hay que pasar primero el servicio social.
El servicio social, no es más que trabajar (mayormente 2 años) donde se ubique al recién graduado; no es opcional, es obligatorio y tiene que cumplirse sin reclamaciones, porque ahí va en juego el futuro. Por ejemplo: a un médico generalmente se le asigna para desempeñarse, un consultorio. ¿Dónde? En los lugares más intrincados de nuestra geografía, donde un especialista solo fuera a vivir sancionado. Ahí, en las condiciones más incómodas, tiene que comenzar a tratar de salvar vidas. Pero todavía no ha terminado de pagar.
Así pasa con los profesores, técnicos de la salud y otros profesionales a los que se les impone este servicio. Tienen que estar hasta el último día aguantando “las verdes y las maduras” para poder seguir adelante.
Para los dirigentes de la Revolución, uno de los logros más grandes e importantes de estos 51 años es la cantidad exorbitante que han graduado de médicos y otros profesionales de la salud. Los nuevos graduados, al firmar su acta de graduación, se convierten automáticamente en propiedad del Estado. Ejemplo vivo de esto es la famosa ley, que aunque nadie haya podido tener en sus manos, para aunque sea darle un vistazo, está tan vigente como las demás. Es la ley que prohíbe a los galenos viajar definitivamente a cualquier país sin antes recibir del propio Ministro de Salud (vaya honor) la liberación del sector. Según la ley fantasma, esta autorización demora entre 3 y 5 años aunque a la mayoría les llega después de los 6. En este tiempo tienen que mantenerse activos en el sector, porque aunque no lo hagan, el tiempo a esperar es el mismo.
Familias separadas, matrimonios rotos, frustración profesional y personal, es lo que ha acompañado a la ley que, por no tener nombre, las víctimas de ella la han bautizado como “ley de los cinco años”. La larga espera lleva a los afectados al borde de la locura, a que pierdan los deseos de trabajar.
Muchos, arrastrados por la impotencia, han llegado hasta el mismo Ministerio de Salud Pública a pedir explicaciones más detalladas sobre la famosa ley, y los ha habido que solo han recibido maltratos por parte de los funcionarios que los han atendido.
Según un viejo profesor de mi pueblo, la pedagogía revolucionaria plantea que los educadores deben de influir tanto en el estudiantado al punto de cambiar la óptica con la que perciben las cosas. Es decir, completo lavado de cerebro, pasando por alto la formación o la educación recibida en la familia. Es más importante trabajar en la educación política e ideológica que en otras materias, porque así, según los planes de la revolución, se está garantizando el futuro de la misma.
Entonces en Cuba no se educa gratuitamente, tienes que dejar, por el angosto camino de tu formación, muchos valores que hacen al hombre verdaderamente libre. Ese es el único pago que nos exigen para hacernos a su forma y semejanza. Un precio bastante alto. Es preferible pagar y ser libre, a que te regalen para esclavizarte. Por mi parte yo digo como el popular dúo cubano Buena fe: “no me regales más nada, déjame ganármelo yo”.
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