miércoles, 21 de abril de 2010
Alfredo M.Cepero(Foto de archivo)
El domingo 9 de mayo se rendirá el tradicional y merecido homenaje a las madres en numerosos países del mundo. Un día en que la mayor parte de nosotros haremos un alto en el trabajo y en nuestros quehaceres cotidianos para dar gracias a quienes nos dieron vida, educación y amor incondicional. Algunos tendrán el privilegio de depositar un beso en la mejilla materna. Otros enviarán desde la distancia su mensaje de amor y gratitud a la madre de la que han sido separados por la necesidad económica o la persecución política. Y muchos iremos a los camposantos a llevar flores y a rezar una oración por el alma de la madre ausente pero jamás distante. Pero todos los hombres y mujeres bien nacidos trataremos ese día de ser más compasivos, más generosos y más solidarios hacia nuestros semejantes para no defraudar el ideal de perfección que trataron de inculcar en nosotros quienes fueron nuestras primeras maestras de virtud y decencia.
Sin embargo, ese no será el panorama en nuestra Cuba esclava. En aquella tierra desolada por la rapacidad de sus opresores y la inercia de su pueblo domesticado por más de medio siglo de opresión no crece otra planta que el marabú del odio. En aquel mundo alucinante los opresores no honran a la madre propia sino persiguen a las madres que piden justicia y libertad para sus hijos y familiares presos o vilmente asesinados. A los incrédulos basta referirlos a las escenas espeluznantes en que karatekas de la Seguridad del Estado arrastraron y golpearon hace unos días a mujeres indefensas, algunas de ellas ancianas venerables pero indoblegables como Reina Luisa Tamayo, que participaban en el acostumbrado desfile dominical de las Damas de Blanco.
Lamentablemente, la conducta reciente de las turbas fanáticas parece indicar que la represión contra estas mujeres aumentará en la misma proporción en que aumenta el terror de la satrapía usurpadora. La inesperada reacción internacional ante el asesinato de Orlando Zapata y la huelga de hambre de Guillermo Fariñas, así como la congregación de cien mil personas en el suroeste de Miami en apoyo a las Damas de Blanco fueron un mensaje claro e incontrovertible de que el régimen tiene los días o al menos los meses contados.
Su perdurabilidad ya no se mide años pero su terquedad obstruye su percepción de la realidad y casi seguro conducirá irremisiblemente a un desenlace sangriento como el de Rumania o Iraq. Por lo tanto, el domingo 9 de mayo, en vez de felicitaciones y agasajos por el Día de las Madres, las Damas de Blanco no pueden esperar otra cosa que más persecución, más ensañamiento y mayor terror como política de estado. Todo ello, por parte de un régimen tan carcomido y putrefacto que ya no es capaz de resistir el reto de un grupo de mujeres pacíficas que no esgrimen otra arma que la justicia de su causa.
Es por eso que el exilio cubano y los amigos de nuestra libertad no podemos permanecer de brazos cruzados el 9 de mayo. Y es también por eso que me hago portador de la iniciativa de una sensible dama puertorriqueña que prefiere permanecer anónima y que me hizo llegar este mensaje: “El día 9 de mayo, Día de las Madres, todas las mujeres cubanas y otras solidarias con la causa de la libertad de Cuba, nos vestiremos de blanco y echaremos gladiolos al mar (o al lago o al río que tengamos más cerca) y les explicaremos a todos los que nos rodean que vestirnos de blanco es nuestra forma modesta de apoyar a las valientes mujeres que protestan en La Habana.”
Estamos a tiempo de poner en marcha la hermosa iniciativa de esta mujer que nos da una lección de modestia y solidaridad sirviendo la causa de nuestra libertad sin buscar créditos ni reconocimiento. Estamos a tiempo de decirle a Reina Luisa Tamayo que su hijo Orlando no murió en vano y de prometerle a Gloria Amaya, quien desde el Cielo nos guía e inspira, que seguimos luchando para que su hijo Ariel no corra la fatídica suerte de Orlando.
Y al hablar de estas dos “madres de la libertad”, una negra y otra blanca, rememoro un heroico capítulo de nuestra historia escrito con sangre un 7 de diciembre en el potrero de San Pedro, provincia de La Habana. Aquel día aciago, la negra Mariana Grajales y la blanca Bernarda Toro, unieron lágrimas y coraje para jurar que el abrazo con que enfrentaron la muerte sus hijos Antonio y Panchito sería el preámbulo de nuestro amanecer de libertad. Y así fue como el 7 de diciembre de 1896 nos condujo irremisiblemente al 20 de mayo de 1902.
Justo es, sin embargo, destacar que este homenaje simbólico a las Damas de Blanco debe ser extensivo a todas las madres cubanas, dentro y fuera de Cuba. Mujeres que en algún momento han perdido a sus hijos luchando por la libertad o los han visto languidecer en las cárceles de la tiranía. Y que para mayor humillación y oprobio sufren ahora en carne propia la persecución del régimen. Ante esta ignominia no cabe otra conclusión de que, si bien es cierto que una nación que mata a sus hijos no tiene futuro, una nación que se ensaña con sus madres no tiene ni futuro ni presente.
Nosotros, por otra parte, podemos darle sentido y estímulo al presente cargado de penurias de estas mujeres con nuestra participación en los actos del Día de las Madres. Méritos les sobran para que podamos catalogarlas como hijas iluminadas de María. Aquella que en El Gólgota aceptó con humildad y estoicismo la decisión de su hijo de inmolarse en aras de la redención del género humano.
Miami, Florida 4-21-2010.
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