martes, 13 de abril de 2010
La brisa de la mañana es fría. Los rayos del sol se empecinan –inútilmente– en calentar el interior de las blancas estructuras de hormigón que como gigantes sepulturas almacenan a miles de muertos vivos de la prisión del Combinado del Este.
La noticia corre como reguero de pólvora. Los guardias, los presos, los doctores y doctoras, las enfermeras y enfermeros y el personal civil del Hospital Nacional de Reclusos (HNR) comentan sobre el misterioso preso que trajeron alrededor de las cero horas bajo un fuerte operativo de la policía política y al cual, salvo poquitísimas excepciones de los trabajadores del HNR, han visto.
Nadie sabe decir cómo se llama el recluso. Si es blanco o negro, joven o viejo. El misterio se presta para la especulación: “Es un preso político de Camagüey al que los guardias dieron una paliza y está grave”, dicen unos. Otros afirman: “Es un preso político que se está muriendo y lo trajeron de Camagüey para que muera en La Habana”. La mayoría asegura: “Es un preso político que trasladaron desde Camagüey porque lleva como ochenta días en huelga de hambre y se está muriendo”. Todos coinciden: “Es un preso político, lo trajeron de Camagüey y está grave”. Los militares de la Seguridad del Estado guardan silencio.
Es martes 16 de febrero de 2010. El misterioso prisionero respira con dificultad. Las flemas lo ahogan, lo asfixian. El guardia corre, está asustado. Intercepta a un recluso en la entrada de la sala de Terapia Intensiva y jadeando, con el rostro lívido le dice: “¡Corre, apúrate!... ¡Busca al electricista!... ¡Que venga rápido! ¡Es urgente!”. El extractor no funciona. Supuestamente tiene problemas de electricidad.
Los doctores logran estabilizar a quien agoniza.
Avanza el día y la presencia de oficiales de la Seguridad del Estado, vestidos de civil, aumenta. El terror que irradia las figuras de estos autómatas se adueña de tirios y troyanos. Pocos quieren hablar del recién llegado. Los que hablan lo hacen en susurro y vigilando de que nadie los escuche.
En horas de la tarde la tensión se incrementa. El HNR está tomado, literalmente, por miembros de la Contra Inteligencia de la Seguridad del Estado.
Oficiales del Ministerio del Interior (MININT) tiran un cable telefónico por la azotea del hospital e instalan un puesto de mando en el cubículo 2 de la sala de Terapia Intensiva, a la cual no dejan entrar ni a los guardias de la institución médica. Monitorean todo lo que ocurre en el cubículo 3 donde muere, lentamente, un prisionero de conciencia.
Pasan uno, dos días. Es 18 de febrero y comienza a filtrarse lo que tan oculto quieren mantener los militares de la policía política. El preso de conciencia en verdad está grave, se está muriendo. Su nombre: Orlando Zapata Tamayo.
Contando el martes 16, han pasado cuatro días de que Zapata llegara al HNR. Desde entonces un desfile de doctores en medicina de diferentes especialidades, traídos de otras instituciones médicas, lo visitan a diario.
Zapata está conectado a equipos médicos que controlan sus signos vitales y otros que lo mantienen respirando, con vida. También lo alimentan por vía parenteral. Pero ya es tarde. El daño es irreversible. Quienes lo vieron llegar señalaron: “Este hombre ya está muerto”.
El sábado 20 se conoce que a Zapata le arrancaron la vida en Camagüey. Así lo interpretaron disidentes de esta provincia cubana cuando denunciaron que a Orlando Zapata Tamayo, los guardias de la prisión de Kilo 8 le dieron una salvaje paliza y después, sin darle ninguna asistencia médica, lo escondieron en una celda de castigo, durante dieciocho días, para que nadie viera las lesiones que le provocaron. Además este tiempo lo mantuvieron sin ofrecerle agua para obligarlo a desistir de la huelga de hambre que había comenzado el 3 de diciembre de 2009, exigiendo se respetaran sus derechos de prisionero político.
Señalaron los disidentes que cuando sacaron a Zapata de la prisión y lo llevaron para el hospital Amalia Simoni, ya estaba como muerto.
Su señora madre, Reyna Luisa Tamayo, pudo constatar las lesiones que le provocaron los militares cuando lo golpearon: “Tenía hematomas en la espalda, los hombros y otras partes del cuerpo”, señaló.
El sonido al ser cerrada la puerta de un auto indica que llegó la madre de un héroe. Los presos que están ingresados en el hospital se encaraman encima de las camas, de las sillas, de las rejas… para admirar en silencio y ver subir por la escalinata del HNR a una Mariana de estos tiempos que viene vestida de blanco, con paso firme, seguro; con el corazón en el medio del pecho; henchida de valor, de ternura, de amor… para el hijo que entrega la vida por un ideal. La vemos sin derramar lágrimas porque ya se le acabaron de tanto llorar los abusos, las torturas… que ha sufrido y sufre ese héroe que salió de sus entrañas. Ya se le agotaron las lágrimas de tanto llorar por ver a su amado hijo morir lentamente durante casi siete años de injusto y cruel encierro dentro de las prisiones castristas. Reyna Luisa Tamayo, mira al frente. Nada ni nadie desvía su atención. Tiene un solo pensamiento. El pensamiento que tiene toda madre cuando ve morir, en cámara lenta, a su hijo: “Si puedo dar la vida para que él viva, con gusto la doy”.
Zapata no responde al llamado de su madrecita. Está inconsciente, tiene algodones encima de los ojos y también está un poco rígido. “Se encuentra muy grave”, aseguran los médicos a la señora Tamayo.
El domingo 21 la peregrinación de médicos al HNR continúa. La ambulancia sigue entrando a todas horas, hasta por la madrugada. Trae aparatos médicos, medicamentos y sabrá Dios cuantas cosas más en el sentido bueno y malo de la palabra. Pero es por gusto. La vida de Zapata se apaga poquito a poquito.
“El teatro que han montado los representantes del gobierno cubano es dantesco, indignante”, comentan algunos de los prisioneros del grupo de los 75, que se encuentran encarcelados en la prisión Combinado del Este y aseguran: “El gobierno de Cuba quiere dar a entender que se preocupa por la vida de Zapata”. Lo que sí no va a decir nunca es que desde el 20 de marzo de 2003, está castigando, golpeando, torturando, asesinando de forma lenta y premeditada a este héroe cubano. Lo que sí no va a decir nunca es que lo sancionaron a tres años de prisión por disentir del gobierno de los hermanos Castro y que le fueron sumando años a su condena en amañados juicios sumarísimos, sin ninguna garantía procesal, hasta llegar a 32 años de privación de libertad. Simplemente por exigir se respeten sus derechos de prisionero de conciencia, por exigir se respeten los derechos de todos los presos y además les den un trato digno de ser humano.
¡Qué hipocresía! ¡Qué bajeza! ¡Qué maquiavelismo el de este gobierno que alevosamente asesina de forma lenta, con toda impunidad y luego monta una obra teatral para ocultar el asesinato!
Lunes 22; 4:30 de la tarde. Con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, los hombros caídos, la cabeza gacha con la mirada fija en el piso y el rostro compungido se dirige hacia la sala de Terapia Intensiva, acompañado por dos doctores, el también doctor y especialista en anestesiología, mayor Mariano Izquierdo, jefe de los servicios médicos del MININT (Ministerio del Interior) en Ciudad de La Habana. Aparenta estar preocupado, triste y no es para menos. Cualquier ser humano que tenga un ápice de humanidad también lo estaría. Zapata Tamayo está llegando a su fin. Se está muriendo, hace algunas horas, entró en coma. No lo pueden ni mover pues le podría ir en ello la vida. Un riñón no le funciona.
Médicos y oficiales de la Seguridad del Estado juegan con los sentimientos de la señora. Reyna, quién destruida está por ver a su hijo morir lentamente, sin poder hacer nada a su favor. Estos militares la ilusionan, la esperanzan, le aseguran que si Zapata necesita un trasplante de riñón ellos lo harán. ¡Qué desvergüenza! ¡Qué falta de pudor! Hace apenas unas semanas atrás torturaron a Zapata durante 432 horas sin darle agua y ahora hablan de trasplantarle un riñón.
Alrededor de las 7:00 de la noche el aparato que controla los signos vitales de Zapata da la alarma. Los médicos corren. ¡Zapata se muere! ¡Está muerto! ¡No! Dicen que logran salvarlo.
Los doctores se ven asustados, los militares también. Están todos compungidos. Pasada las 9:00 pm ocurre lo inconcebible: Zapata es trasladado al hospital hermanos Ameijeiras. Lo sacan de la sala de Terapia Intensiva del HNR acostado en una camilla. Lleva un suero puesto, tiene vendas que cubren todo su rostro y que sólo dejan ver los agrietados labios que rodean un tubo plástico que tiene introducido por la boca. No da signos de vida y su cuerpo, consumido por 82 días en huelga de hambre, va tapado con una sábana blanca hasta el cuello. “!Hay que trasladarlo con cuidado, no se puede mover!”. Dice un médico a quienes cargan la camilla.
La madrugada es fría. Las estrellas tiemblan de emoción, allá en el infinito, Dios acoge en su paraíso a un hombre que bendijo en vida dándole el valor de los héroes, la resistencia de los mártires, el espíritu de los Dioses. Acoge a un hombre que muere por amar a la Patria que lo vio nacer, por amar al prójimo como a sí mismo. Acoge a un humilde albañil cubano de 42 años de edad y de la raza negra. Acoge a Orlando Zapata Tamayo que después de 83 días en huelgas de hambre dando una lección universal de entereza, de patriotismo, de principio, de convicción… entrega su vida -según los médicos oficialistas– a las 3 y 14 horas de la madrugada del 23 de febrero de 2010.
Hoy más que nunca usted vive Zapata. Usted no ha muerto. Los dignos cubanos y cubanas lo honran, lo glorifican y lo recuerden en nuestro Himno Nacional que dice: “Morir por la Patria es vivir”.
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