sábado, 10 de septiembre de 2011


Reina, nuestra calle de balcones y arcadas, de pizzas a cinco pesos y aguas albañales que corren por las aceras. Avenida de trapicheo y cuentapropismo, con sus vendedores furtivos anunciando colchones a las afueras de las tiendas y una iglesia gótica que señala hacia el cielo. Por Reina corretean los niños que van a la escuela en las mañanas, estiran sus manos los mendigos junto a alguna imagen de San Lázaro y las prostitutas atraen a sus clientes durante las noches. En sus portales hay espacio para todo, lo hermoso y lo podrido, lo pasado y este presente a medias que no acaba de cuajar, la sonrisa y la mueca.

Ayer, el tráfico ruidoso de Reina se paró, los indigentes se levantaron del suelo y los kioscos de comida cerraron por un rato. Era día de peregrinación de la Virgen de la Caridad, cuyo culto arrasa ahora entre los cubanos después de décadas de ateismo forzoso. Agnósticos y curiosos, devotos y policías políticos, acompañaron al cortejo de una imagen pequeña acicalada con su manto dorado. Muchos iban con velas, muñecas vestidas de Oshún, girasoles, pañuelos y ropa de color amarillo. Por convicción, había miles y por fisgonear otros tantos que se unieron a la procesión. En un país donde no está permitido tomar las calles de forma pacífica para protestar, los 8 de septiembre en La Habana atraen tanto a feligreses como a inconformes.

Justo en el momento en que la “reina” iba a entrar en la calle Reina, alguien sacó un cartel con la palabra “Libertad”. Fue un segundo, pero suficiente para vivir un anticipo –una biopsia adelantada– del horror. La gente corriendo, los gendarmes vestidos de civil lanzándose sobre las manos que sujetaban aquel papel y el rostro desencajado del sacerdote temiendo lo peor. Por un instante, la imagen se tambaleó entre los pétalos de atrezo donde la habían colocado. Y después vino la calma, el miedo, los rezos bajitos. Un viejita decía casi en un lamento “no politicen la procesión, que no van a dejar salir a Cachita el próximo año”. Señora –quise decirle, pero me callé– si ella es como dicen la Virgen de todos los cubanos, nos aceptará también revoltosos y tranquilos, apáticos o contestatarios, orando bajito o gritando nuestro malestar.

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